Soundlog mudo.

Hace poco conocí la iniciativa de soundcities, proyecto global de código abierto que intenta recopilar los sonidos típicos de cada ciudad. Lo que me pareció un excelente proyecto en el cual sumergirse un par de horas, en especial si uno ha ido a las ciudades que contienen sonidos. Al fin y al cabo uno tiene cinco sentidos y guarda las memorias con todos los sentidos. Lo más sencillo es guardar las fotos como recuerdos, a las que se suman un montón de sensaciones que a veces uno no recuerda o da por sentado. Así, a la clásica foto de la playa habría que añadirle la sensación de sal en el rostro y en la garganta cuando te revuelca una ola, el sonido de los niños jugando junto con el de las aves, pelícanos y gaviotas revoloteando en la orilla y zambulliendose en la busqueda de pescaditos inocentes. El clima denso y húmedo, el brillo del sol, el olor del bloqueador perfumado de coco y la sensación de la piel quemada. 

Yo tengo la gracia de vivir en un edificio que está a unos cuantos metros del río Detroit. Lo más que me daba la sensatez para pagar es un departamento en la parte trasera del edificio, que todavía tiene vista parcial al río en invierno, porque en verano el follaje del parque lo cubre. Cuando hay bruma, nos despierta el sonido de la sirena de los barcos para anunciar su paso a las pequeñas embarcaciones. Mientras que en verano nos despiertan de vez en cuando el sonido de aviones militares en maniobras de entrenamiento.

Hoy, está nevado y decidimos hacer un paseo nocturno por el parque frente al río. Nuestros pasos compactan la nieve que produce pequeños crujidos. Como la nieve absorbe el sonido, todo suena hueco y los carros que pasan al lado del parque se antojan lejanos. El frío enternece más la piel de mi cara que el silbido del viento corta como pequeñas navajas. A nuestro lado el río corre sigiloso, llevando insípidos trozos de hielo que parecen como natilla en la leche caliente. Hasta ahora el sonido más presente es el de nuestras voces platicar acerca de la sensación de caminar en esta almohadilla blanca que cayó del cielo. 

De pronto el silencio lo corta el carrillón de la isla que está en el horizonte del río. Hora tras hora las campanas de ese edificio amenizan el paso de sus transeuntes tocando marchas y melodías de reloj de pared que me recuerdan a un reloj llamado "Pancho" que descansa todavía en la casa que ya no es de mi abuela. Ese recuerdo me hace detenerme un momento, apoyarme en el barandal y mirar al edificio de donde salen esas notas, como si al hacer esto le demostrara que le estoy prestando atención. Por lo general Lola sigue de largo y cuando se da cuenta que me he detenido el sonido de sus pisadas se hace más fuerte hasta que se detienen junto a mi. 

El resto del año el parque está lleno del sonido del reventar de las olas que producen los barcos en la orilla y el chapotear de la fuente que está junto al río. Hoy es un sonido ausente, mis oídos lo buscan pero solo encuentran el  crujir de nuestros pasos. 

"Tengo frío, ya hay que regresarnos". 
"Yo también. Ya me duelen las mejillas del frío".

Comentarios

Mónica Pulido Echeveste ha dicho que…
En "El sueño de Lu", una película tristísima, hay una escena en la que Lu y su padre suben al mirador de la torre Latinoamericana. Ahí juegan a identificar sonidos en medio del enorme barullo de la ciudad. Uno encuentra el sonido de un martilleo, de un ulular o de un perro ladrando, y le pide al otro que lo busque dando señas como: "se oye lejos, muy quedito, hacia el oriente". Esforzándose, el otro logra desentrañar esa maraña de sonidos y encontrar el hilo del perrito ladrando o de la ambulancia que se aleja.
Quiero jugar un día. ¿Vamos?

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