Vuelta a la primera casa
"Home is where you make it", escuché en algún lugar. Esa frase me gustó mucho y la repetí en varias ocasiones que me sentía solo y con ganas de botarlo todo y regresar a la casa de mis padres.
La última semana se me fue despertando en el lugar en el que despertaba todos los días durante 12 años, mi antiguo cuarto. Una vez que me fui, tardé casi 4 años más en volver a dormir en ese lugar. Para ser exactos, esta semana. Y si, se sentía como mi hogar. De hecho, mi visita a la casa coincidió en algunos días con mi hermano. Así que volví a dormir con la voz de Leonel echando copa con Said, las canciones raras a la hora de la comida y las sobremesas que se alargaban hasta que alguien más tenía que dejar la mesa por trabajo. En cualquier momento libre alguien se sentaba para tocar la guitarra y el resto le seguía. En corto, seguimos siendo el clan que siempre fuimos.
Regresar al origen siempre ha sido una prueba de fuego para mi. Es así como me doy cuenta de lo mucho que he cambiado y en que manera. Es un choque con el inexorable paso del tiempo. Así me he dado cuenta que los dos años que pasé conmigo mismo los pasé hablando en silencio, y de como las ideas ya no fluyen ni a mi lengua ni a mi pluma tan fácilmente. También es interesante ver como ese yo que regresa a casa interactúa con ese medio, sobre todo con las antiguas amistades.
Es así como después de muchos años las relaciones cambian. Hay gente que no cambia, que toda su vida es igual y tiene una gran empatía contigo.Gente que era indiferente a uno se termina convirtiendo en magnífica conversadora. Gente que no ha cambiado y resulta ser poco más que un espectro de una vida pasada, largamente olvidada y enterrada en el pasado, con la que es casi imposible pasar de un hola en una plática normal. Y existen aquellos que siempre han estado, que cambian, comparten, crecen, sufren y viven a la par de uno mismo. Esos que son compañeros de viaje, aún a la distancia.
Hasta hoy, esos regresos son buenos. Pero yo ya tengo otra casa, la que llevo conmigo.
La última semana se me fue despertando en el lugar en el que despertaba todos los días durante 12 años, mi antiguo cuarto. Una vez que me fui, tardé casi 4 años más en volver a dormir en ese lugar. Para ser exactos, esta semana. Y si, se sentía como mi hogar. De hecho, mi visita a la casa coincidió en algunos días con mi hermano. Así que volví a dormir con la voz de Leonel echando copa con Said, las canciones raras a la hora de la comida y las sobremesas que se alargaban hasta que alguien más tenía que dejar la mesa por trabajo. En cualquier momento libre alguien se sentaba para tocar la guitarra y el resto le seguía. En corto, seguimos siendo el clan que siempre fuimos.
Regresar al origen siempre ha sido una prueba de fuego para mi. Es así como me doy cuenta de lo mucho que he cambiado y en que manera. Es un choque con el inexorable paso del tiempo. Así me he dado cuenta que los dos años que pasé conmigo mismo los pasé hablando en silencio, y de como las ideas ya no fluyen ni a mi lengua ni a mi pluma tan fácilmente. También es interesante ver como ese yo que regresa a casa interactúa con ese medio, sobre todo con las antiguas amistades.
Es así como después de muchos años las relaciones cambian. Hay gente que no cambia, que toda su vida es igual y tiene una gran empatía contigo.Gente que era indiferente a uno se termina convirtiendo en magnífica conversadora. Gente que no ha cambiado y resulta ser poco más que un espectro de una vida pasada, largamente olvidada y enterrada en el pasado, con la que es casi imposible pasar de un hola en una plática normal. Y existen aquellos que siempre han estado, que cambian, comparten, crecen, sufren y viven a la par de uno mismo. Esos que son compañeros de viaje, aún a la distancia.
Hasta hoy, esos regresos son buenos. Pero yo ya tengo otra casa, la que llevo conmigo.
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