Rema

 30 de noviembre 2014
 
"Nada más divertido que saludar a un completo extraño que está sentado solo, preguntarle cómo le va y hacerle un poco de plática. Si él o ella responde positivamente, entonces empiezas a conocer a la persona, aunque sea por un par de minutos antes de levantarte y despedirte cortésmente. "

Desde hace tiempo uno de los temas de conversación y por el que nos quejamos de este lugar es la falta de sociabilidad de sus habitantes. Aunque son muy agradables, tienden a ser cerrados. Y si no existe algún punto en común demasiado evidente que incentive un primer contacto, lo más probable es que nadie te hable. Esta vez, el destino nos trató bastante bien y nos dio una sorpresa que cerró nuestro fin de semana.

El sábado fuimos a hacer unas compras en una visita a Detroit que se extendió hasta el domingo por la noche. Terminamos yendo al cine a ver Interstellar con Roberto, aunque él llegó tarde y no tuvimos ni chance de saludarlo. Como lo vemos cada vez menos seguido lo invitamos a tomarnos un café en el Starbucks más cercano (1). No contabamos con que el café fuese muy pequeño y en domingo por la noche está abarrotado de chavos con sus computadoras haciendo tarea. Así que terminamos tomando el café adentro del carro de Roberto en el estacionamiento de Starbucks.

A pesar que me gusta el tipo de café que sirven ahí, el ambiente del café es estilo McDonalds. Vas a la barra, compras el café y te vas al carajo a menos que puedas aperrar una de las cuatro mesitas que tiene el local. De vez en cuando Lola y yo extrañamos esa cultura de sentarse en un café paa platicar por horas juntos o con amigos. En fin, estabamos cumpliendo esa función en el carro de Roberto campechanamente platicando de lo que platican los amigos, absolutamente nada en particular, pasando un momento bastante cómodo y agradable. Los tres sabíamos que Roberto se regresaba a Monterrey en unos cuantos días y a partir de ahí sería más difícil volvernos a encontrar. Así que nos quedamos tanto tiempo como pudimos.

Después de despedirnos Lola me dijo, necesito ir al baño. Así que nos volvimos a meter al todavía abarrotado Starbucks para que pudiera desahogarse antes de emprender todo el camino de regreso a casa. En el momento en el que ella se metía al baño una mesa de cuatro personas se desocupaba. Por instinto me senté en la mesa mientras revisaba mi teléfono, esa actividad con la que uno se desconecta del mundo y da la señal de "no me molestes porque no quiero saber que pasa a mi alrededor".

¿Estás esperando a alguien? Escuché una voz aguda y levanté la vista para reconectarme a la Matrix. Era una chica de unos 20 años con mochila al hombro. De hecho sí, pero no nos quedaremos mucho tiempo.  Le respondí. Siéntate aquí para que alcances mesa. La chica se sentó, tenía una sudadera de su universidad y un gorrito tejido de mickey mouse, los ojos almendrados, mucho maquillaje y unas pestañas postizas antiestéticamente grandes. ¿Hablas español? continuó, yo hablo un poco de español, he ido a Puerto Vallarta y tengo muchos amigos mexicanos. De la nada nos enfrascamos en una conversación, platicamos un poco de México, de su país de orígen, del racismo que existe en esa región comparado con el de Canadá, de los pueblos indioamericanos, los first nations y los pueblos indígenas. Lola llegó y sin preguntar se sumó a la conversación.

Mi nombre es Rema, que en español significa "rowboat" pero en árabe significa antílope. Seguimos platicando, aunque esa intervención en el café fue inesperada y un tanto violenta el tono de la conversación era bastante agradable, con mucha apertura y realente empática. De ser más temprano nos hubiésemos quedado un buen rato platicando con ella; pero después de todo el fin de semana, las energías eran pocas y queríamos llegar a casa a arreglar las cosas para empezar la semana. De la mejor manera posible nos despedimos, estrechamos las manos y nos fuimos con un agradable sabor de boca de que algo fuera de lo común había pasado en nuestras vidas.

Comentarios

Entradas populares