Medellín

"Debí haberles ofrecido el asiento de la ventana, muchachos", nos dijo la señora que compartía la misma fila en el avión, en el asiento de ventana, cuando se dio cuenta que nos devorábamos lo poco que se veía desde la nuestros asientos mientras aterrizabamos en Medellín. A pesar de ser una frase cortés a mi me hirvió un poquito la sangre porque justamente esa señora se la había pasado todo el vuelo con la ventana cerrada y abrazando a su sueter porque no había llevado su sudoku y se aburría muchísimo. Al tocar tierra, la gente aplaudió. Eso no pasa en los aviones, no en situaciones normales, pensé. Oiga señora ¿El aterrizaje en este aeropuerto es difícil o accidentado? No. Es que la gente aplaudió. Seguro es por la alegría de haber llegado a su tierra, al menos yo aplaudí por eso. 

La primera impresión de Colombia nos la dieron Caro y Nydia. Desde hace casi un año nos invitaban insistentemente en que fueramos a visitarlos. Ahora lo hicimos con motivo de la boda de Sebas y Caro. Durante mucho tiempo se me hizo bastante locogastar una buena cantidad de dinero para ir a la boda de alguien. Uno necesita tener no solo tiempo sino mucho aprecio por la persona que se va a casar para poder hacerlo. Y en esta ocasión se conjugaron todas esas cosas, incluyendo el factor de la edad. A la boda se juntaron viejos amigos, Nicolás (el hermano del novio) y el seleccionado de Irán, Aida, Hanif y Ali. Y otros tantos nuevos, Suzanne, Andrés, Camilo y nuestras excelentes anfitrionas Angélica y Lina. La sal del plato (osea, todo aquello que le da el saborcito) fue Lola. Esta vez, ella se puso a investigar sobre el destino con mayor interés que yo y me cambió por completo la perspectiva de viajar con ella. 

Medellín está construido en una cañada bastante profunda y alargada. De vocación comercial, existen más bodegas comerciales que edificios coloniales antiguos. Aunque los que hay son bastante bonitos. Los grandes monumentos atraen masas de visitantes para pararse junto a ellos y admirarlos. En el jardín escultórico del centro de Medellín había una docena de esculturas de Botero. La mayoría de ellos son casi inmutables con el tiempo, pero la gente a su alrededor, le da personalidad al lugar. El centro de Medellín es un hormiguero lleno de gente de cada tonalidad de clases, ocupaciones y actitudes. Por la mañana es fácil identificar a los vagabundos que viven en una banca del parque, los viejitos jugando al parqués en una mesita portátil, el vendedor de cerveza y los extranjeros paseando, osea nosotros. Por la tarde el movimiento se multiplica y los carros de fruta usan megáfonos para promocionar sus productos, creando un estruendo que para la gente nueva es o intimidante o fascinante, mientras tanto los artistas callejeros forman círculos concentricos de audiencia que asoma su cabecita para intentar ver algo del espectáculo. 

Lo más espectacular de Medellín es la extensión de la infraestructura del metro a las colonias de bajos recursos y de difícil acceso establecidas montaña arriba. Para ello cambiaron los trenes por un teleférico, que es la única manera de subir la pendiente tan empinada en la que están construidas las viviendas de ladrillo y lámina. Para hacer más amigable la zona, se construyó una enorme biblioteca y un parque público en la última parada del metrocable y de añadió otra extensión de 5 kilómetros de largo que conecta el área urbana con un parque ecológico al otro lado de la montaña, el parque Arvi. 

Mención especial es el Parque Lleras, que no debe su reputación a lo bonito del parque, sino a la cantidad de bares que tiene a su alrededor. En corto, son alrededor de 12 cuadras llenas de bares y restaurantes que en las noches se convierte en un pequeño festival cervantino lleno de música y fiesta. Este es el mejor lugar para admirar las bellezas de silicona que tiene la ciudad. 

De nuestra estancia ahí, todo giró en torno a la boda. Y cuando viajas 3 mil kilometros a una fiesta, vas a divertirte y a reventarte agusto. La misa fue en la mañana, con un cura que gustaba de adornar su discurso con una plétora de adjetivos, adverbios, notas personales y al pie que hicieron que la ceremonia durara poco más de hora y media. Pero para medio día todos estabamos ya sentados en el salón de fiestas listos para empezar la fiesta. 

Durante la fiesta tuvimos un lugar excepcional, sentados en la mesa de los novios junto con amigas muy cercanas de Caro. Aunque los novios se sentaron por un corto tiempo con nosotros por todas sus obligaciones de anfitriones. Sentados en la mesa, nos encontramos con un coctel explosivo que normalmente es augurio de una tremenda borrachera. Es decir, mexicanos presumiendo su tequila contra Colombianos presumiendo su aguardiente. 

Que mas decir, después de la comida todo se convirtió en una curva hacia arriba en la que la música, la gente y la fiesta en su conjunto era demasiado agradable. Todos bailamos, cantamos y brindamos por los novios. En algún momento me topé con familiares de Sebastián, que de modo muy alegre me hablaban con palabras mexicanas para empezar platica conmigo. Yo, por mi parte, les hablaba en lo poquito de colombiano que me sabía y armabamos una pachanga bastante singular. 

De pronto, empezó la desbandada a eso de las 6 de la tarde y en el cenit anímico de nuestro reventón. Más tardamos en organizarnos en los carros que armar un plan para salirnos a seguirla a un bar del parque Lleras. Sebastián sugirió que primero nos fueramos a la casa para cambiarnos, descansar un poco y después seguirla con energías renovadas. Cosa que después comprobamos fue un tremendo error, ya que lo único que pasó es que nos dio una cruda prematura. Pero aún así, nos salimos a la calle hasta terminar en un lugar que era así como una iglesia disco con luces de neón y piñatas colgando del techo en el que todos los meseros se vestían de personajes famosos y superhéroes, como el chapulín colorado. 


Durante todo ese tiempo, Angélica y Lina nos acompañaron (en ocasiones, muy a su pesar), platicaron, bailaron con nosotros, nos daban guías, consejos e historias sobre la ciudad. Al final de la noche, con su cara cansadita, se les ocurrió preguntarnos, ¿ahora a donde nos vamos? A casa, todos nos merecemos un descanso, respondimos. Aún así, no nos dejaron desatendidos un solo momento hasta que llegamos al departamento sanos y salvos. No cabe duda que la mejor carta de un lugar es su gente. 






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