Vecinos: Los capitanes

Desde el momento en que nos mudamos a la casa empezamos a conocer vecinos. En su momento era la novedad, porque en el departamento la única vecina que nos encontrabamos en el pasillo era bastante voluble y nunca nos cayó bien. Para el primer fin de semana caímos con los vecinos de enfrente. Dan y Cathy.

Cuando los conocimos, él se presentó: "Yo soy Dan y ella es mi esposa Cathy. Y esa que ves ahí, es mi camioneta. La que tiene las placas que dicen CAPtain DAN". Desde ese momento comenzamos a llamarle "El capitán". Otros vecinos le llamaban "The commodore", que para el caso, tiene el mismo contexto.

Dan es jubilado y trabajó durante mucho tiempo para Ford. Durante ese tiempo tuvo varios amigos mexicanos que trabajaban con él. Motivo por el cual se aprendió un par de frases en español básico que usa para saludarnos cuando nos ve. Siempre balbucea un "bnos dieis" o "bueinais tairdeis", casi entredientes, cuando nos ve. A veces nos tiene que repetir dos o tres veces para que nos demos cuenta de que está hablando en español.

Los capitanes suelen irse a Florida antes de la primera nevada, el cual es el lugar más cercano a un país hispanoparlante y regresan ya entrado el mes de abril. Como las aves migratorias, uno sabe que el tiempo va a cambiar cuando los ve llegarse, o irse. Cuando están en Canadá, dedican la mayor parte de su tiempo para renovar y darle mantenimiento a la casa, la cual está dividida en departamentos que rentan.

De los dos, el más sociable es el capitán, con quien siempre que lo veo procuro intercambiar un par de palabras. Cómo va la casa, los negocios, una cerveza, las vacaciones en Florida, la historia familiar, etc. En una ocasión me metieron al departamento que están remodelando ellos mismos y en otra, Lola y su mamá tomaron un café y un trago con él mientras el les contaba la historia familiar.

Lo impresionante de los capitanes es la energía que tienen para remodelar por cuenta propia su casa. Entre semana y los fines de semana los veo cargar cosas, cortar tablas, clavar, atornillar, pintar y barnizar. A veces con tanto ahínco que me da pena tirarme a ver la tele o a leer un libro mientras veo a estos viejitos trabajar y trabajar. Otro de esos días, me puse mis tenis y shorts y les ayudé a cargar carretillas de tierra para ayudar tanto al capitán como a otro vecino. Ese día quedaron en invitarnos una cerveza que nunca llegó, como agradecimiento de haberlos ayudado.

El pasado martes (eso es hoy, hace una semana) mientras leía en el dintel de mi casa, Cathy salió sola de su casa. "Te puedo pedir un favor?", me dijo al verme fuera "¿Me puedes dar un aventón a las pizzas de Lauzon, tengo que ir con Dan. Me habló una señora y me dijo que está en problemas, ya va una ambulancia para allá". Sin pensarlo dos veces tomé mi cartera, mis llaves y nos fuimos a darle alcance.

El corazón de Dan dejó de latir ese día. Los paramédicos tardaron un cuarto de hora en resucitarlo casi una docena de veces; pero no hicieron más que retrasarle un par de días lo inevitable. Aunque suene ilógico, tengo la impresión que el capitán pasó a despedirse el día de hoy a las 4:30 de la mañana; cuatro horas antes de que su esposa nos llamara para comunicarnos la terrible noticia que, para ese momento, no me sorprendió en lo absoluto.

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