La ciudad de los encuentros

Más que los monumentos, parques y tiendas; las ciudades se impregnan del color que las personas que la habitan le van poniendo. Toda ciudad que visité tiene una cara y un nombre, una anécdota y un momento especial. Cuando uno se va, la ciudad es físicamente la misma; pero lo vivido en ese lugar deja una huella que se queda mucho tiempo marcada en tu ser. Esa es la sensación que todo buen viajero busca encontrar al final de un viaje.

Chicago es conocida como la ciudad de los cuatro vientos, y para mi tiene un significado un tanto especial. Cada vez que he ido ha sido para encontrarme y despedirme de gente que aprecio tanto como para hacer un viaje de cinco horas para encontrarlos, abrazarlos, pasar un rato con ellos y regresarme a casita, normalmente vapuleado por el viaje.

La primera vez que visité Chicago fue para ver a mi tío Venus, en 2010. Para esas épocas vivía solo y conocía muy poca gente en mi rancho. Por lo que ir a verlo era algo así como pararse en un oasis a recargarse de energía. Un 16 de septiembre me paré muy temprano por la mañana para manejar toda la madrugada y encontrarme con él recién se hubiese despertado. Me di una perdida increible por los barrios del sur de Chicago, todo por no querer pagar el peaje del acceso de la carretera a la ciudad. Ese viaje fue completamente chicano. Mi tío vivió durante una buena temporada en ese lugar e hizo muchos amigos y era la primera vez que estaba ahí en 16 años, por lo que en cada esquina se paraba a saludar gente que lo recibía con abrazos y sonrisas. Lo para mi fue el encuentro con una ciudad inmensa y llena de pequeñas historias que iría forjando más adelante; para el fue el reencuentro con sus propias historias. Música, colores y risas marcaron este primer viaje. El regreso fue un domingo ya por la noche, tan agotador que en algún momento pensé en quedarme en el primer hotel que encontrara para salir al dia siguiente por la mañana derecho al trabajo. No lo hice.

La segunda vuelta fue para dejar a mi novia para que se regresara a México. Unos días antes nos habíamos sentado en el comedor de la casa y empezamos a hacer planes para casarnos. La próxima vez que la vería sería en México ya dentro de todo el ritual matrimonial. En ese viaje encontramos a Poncho, que trabajaba ahí y que amablemente nos llevó a comer a un restaurante japonés. Coincidimos con el festival Lolapallooza y escuchamos un concierto de Florence and the machine desde los jardines del planetario, sin tener que pagar la entrada al multitudinario festival. Finalmente, en una borrachera de sangría en un restaurante español me obligué a llamarle a mi estimado Saurio para avisarle de la boda y pedirle que fuera nuestro padrino. El regreso fue solitario y con el corazón lleno de sentimientos.

Pasaron dos años para regresar. Alhelí corría el maratón de Chicago e hicimos un viaje de ida y vuelta que duró menos de 40 horas. Para mi fue bastante bonito pensar que estaba cruzando distancias para encontrarme con una de mis mejores amigas y mi madrina de matrimonio, que venía desde Morelia. La visita fue agradable, aunque al principio nos dejó plantados en el punto de encuentro y después se puso al corriente con una salida a comer pizzas y el encuentro en la meta del maratón. Como daño colateral conocimos al grupo  de los Jarochicanos, quienes nos ofrecieron amablemente hospedaje y nos deleitaron con su compañía durante la noche que pasamos ahí. Coincidimos con mi mujer que esa velada en la casa llena de jaranas fue algo más que mágica.

Por último, hace unas cuantas semanas hice la última visita a la ciudad del Loop y los rascacielos. Gaby, una amiga de Lola acababa de mudarse a Iowa y quedamos de encontrarnos algún día en un punto medio: Chicago. La visita la organizamos entre Gaby y yo sin que se enterara Lolita. La versión oficial era que visitabamos a una amiga mía que estaba de visita por la ciudad. A regañadientes Lola accedió a ir y pegó un brinco de alegría en la puerta del hostal, al enterarse que era Gaby y no mi amiga de nombre aleatorio la que ibamos a visitar. Como compartimos habitación en el hostal, la noche fue de pijamadas y chismorreos de adolescentes. Nos subimos al bote del río, fuimos al planetario y nos metimos a un templo budista de chinatown donde a Lola no la dejaron ir al baño. Nos despedimos con abrazos mutuos y cada quien emprendió su regreso a casa, en el lugar donde los vientos convergen.

Llegó el tiempo de la migración y me lleva muy lejos de Chicago, esa ciudad a la que no regresaré en un futuro previsible. Pero me llevo muchos recuerdos muy gratos de la ciudad, más que por sus edificios y su arquitectura, por la gente con la que coincidimos ahí.


Comentarios

maru ha dicho que…
La vida te ha llevado a conocer lugares que con el tiempo se convierten en mágicos y que vivirán en tu recuerdo y mientras tanto que siga la cosecha de paises y ciudades por conocer.
Univsl_traveler ha dicho que…
Casi se me sale una lagrimita, me encantó pasar tiempo con ustedes en Chicago. Gracias por querer tanto a Lolita y generar un plan macabro para vernos alli. Este fin de semana iré por 2da vez a la ciudad de los encuentros, esta vez a recoger a mi suegra y cuñado que nos visitan, sin duda extrañaré sus sonrisas en la pizzeria uno y en todas esas calles que se quedaron llenas de su magia. Los adoro chicos. Gracias por ser y estar <3
Unknown ha dicho que…
En una de esas nos encontramos ahí. Saludos.
Marsia ha dicho que…
Se disfruta más la ciudad por la gente que por el lugar en si :P

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