Entrenando el idioma

Cuando llegamos a Brasil, el principal reto era poder darnos a entender sin tener que jugar caras y gestos con nuestro interlocutor. Durante la primera semana de estancia, comprobamos que la gente era muy amable, ya que se esforzaba en hablarnos en español o hasta en inglés para facilitar la comunicación. Esto habla muy bien de los paulistanos, pero no hablaba nada bien de nuestra capacidad de hablar el idioma.

Con el pasar del tiempo la piedra de toque sobre nuestra capacidad de expresarnos era la experiencia en el Uber. Si se analiza detenidamente, este es el laboratorio perfecto de idiomas. Es decir, tienes un ambiente controlado, la conversación siempre es la misma: das direcciones y hablas del clima (que solo puede ser soleado o nublado, frío o caliente) y el chofer siempre intenta ser amable y paciente contigo para tener sus cinco estrellas. Si la conversación ganaba otro giro ya era ganancia. 

Al principio la experiencia era arrasadora, tan pronto uno decía "buenos días, voy para X", el chofer volteaba y decía, "usted no es de aquí ¿verdad?", lo que nos hacía irnos de espaldas como Condorito y retorcernos en el asiento. A partir de que el chofer preguntaba de dónde venimos toda la conversación se enfoca en México: ¿dónde puedo comer comida mexicana? Una vez fui a Cancún. A mi me encanta el chavo del ocho (que, sorprendentemente, es el mayor referente del país hasta hoy). Algunos conductores empiezan a hablar portuñol para facilitar (o no) la conversación. Repito, eso habla muy bien de los paulistanos, pero no de nuestra capacidad para hablar el idioma. 

El sentarse a platicar con el Uber se convirtió en un experimento muy divertido. Después de un tiempo, identificamos que existen variables externas que afectan nuestro desempeño, como el estado físico o anímico, ya que no es lo mismo hablar portugués crudo o desvelado; de uno o de los dos. Uno de los mejores días fue cuando después de identificar la nacionalidad de Lola, me preguntaron si yo era brasileño, porque ese día tenía menos acento.

Eventualmente reducimos nuestras visitas al laboratorio de idiomas, porque la mejoría ya no es tanta y porque resulta un ejercicio bastante caro. La pregunta sobre el origen de nuestro acento aparece cada vez más tarde en el trayecto, aunque es común que se presente todavía. Tal como una maestra de inglés le decía a mi mamá, el acento nunca se nos va a quitar, es una cosa que hay que aceptar y abrazar como parte de nuestra identidad. Al menos ahora, los choferes ya no portuñolean, algo que, imagino, habla bien de nuestra capacidad para hablar el idioma.

Comentarios

Lilirog ha dicho que…
Me hiciste recordar las veces que me tocaba atender brasileños y de plano yo de entrada les decía: "eu falo portunhol", para quitarme de broncas y sacarles una sonrisa.

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