Hablando en música

Hace ya algunos años mi hermano me mostró un video de Victor Wooten en el que explicaba que la música es un lenguaje y que la mejor manera de dominarla es tal y como dominamos cualquier lenguaje: hablándolo. Por lo tanto, es importante que una persona que está aprendiendo el lenguaje tenga un espacio para hablarlo, para equivocarse y evitar con la práctica esos errores concurrentes. Como los niños, que se ejercitan todos los días hablando con los adultos, adquiriendo experiencia para dominar el idioma en última instancia.

Esos espacios existieron durante los primeros 26 años de mi vida. Desde las tardes en las que mi papá llegaba a cantarnos regresando del trabajo, nos soltaba la guitarra y el teclado para hacer todo el ruido que quisiéramos. Mi madre, como buena educadora, incentivándonos a seguir practicando y regando nuestra creatividad para cada día hacer algo nuevo. Cuando eran días de reunión familiar, mi tío, músico profesional, se tomaba el tiempo para tocar con nosotros, mi papá y mis tíos. Eran fiestas y no presentaciones profesionales, donde lo importante era cantar y tocar todos juntos. Quien entraba a la rueda era recibido sin reclamarle si se sabía la letra o si desafinaba.

En la secundaria aprendí a tocar la guitarra y vinieron los grupos de amigos con quienes nos la pasabamos los recreos tocando y compartiendo música. Rolaban las revistas con acordes mucho antes de que llegara a nuestras manos la primera revista clandestina para adultos. De ahí empezaron las primeras serenatas, los primeros rechazos y las consecuentes sesiones de música melancólica. Ya en la preparatoria, las tertulias se hacían para ensayar canciones y para practicarlas hasta que nos salieran bien, o hasta cansarnos. Lo que pasara primero.

Para cuando llegó la universidad, la rutina era estudiar de día y salir a cantar de noche. La música me llevó a conocer rincones fantásticos del estado y del país. Para encajar en la rutina, tuvimos que viajar de noche y dormir en los camiones. A veces eran camiones rurales en donde no nos quedaba de otra más que dormir de pie.

Al terminar la universidad empezaron los retos laborales. Mucho trabajo y preparación para ir forjando el futuro del que hoy vivo. La mudanza a Canadá implicó un silencio de tres años. Entre el descontrol del cambio, la falta de amigos para tocar y los vecinos chismosos y quejumbrosos evitaran que tocara la guitarra a voluntad. Cuando nos cambiamos a una casa, retomé la guitarra y empecé a tocar el bajo. Pero el reto era otro: no había quien tocara conmigo. O era algo completamente ajeno a su rutina, o eran demasiado profesionales para eso. No fue sino hasta el final de mi estancia que conocí a Jim y empecé a tocar con Waldo. Pero no pasaron más que de tímidos intentos por hacerlo.

Brasil representó un cambio enorme en esa rutina. A diferencia de México, la sociedad está organizada para darle espacio a los principiantes, aunque con una jerarquía bastante marcada. Aún así, el principiante puede tocar con el maestro. Existe un ejercicio de tocar constantemente con nuevas generaciones, al grado que un cantante famoso puede apadrinar dos o tres nuevos cantantes sin ningún problema. El novato puede tocar todas las canciones del gran repertorio de la música popular sin ser tachado de falto de imaginación. Simplemente está honrando a la tradición.

Doña Beatriz me dijo alguna vez, esa es herencia de la cultura africana. El respeto a los viejos, que siguen cantando y llenando escenarios aunque ya no tengan fuerza para sostener el aliento. Ellos, a su vez, mueren contentos, cantando. Cuando la madre de santo de los terreiros de candomblé acogía a los pequeños y desempleados en su interior para protegerlo de leyes que los castigaban terriblemente por no tener empleo, estaba plantando la semilla de centros de producción musical que dieron origen a las escuelas de samba y cuyo modelo he visto en limitadas ocasiones en otros lugares (como en Detroit con el sello Motown).

Hoy abrí un libro de Caetano Veloso, que cuenta sobre el movimiento que encabezó en los años 60 y 70, en el que agradece a sus mentores. Viejos artistas que cedieron un espacio para que un novato pudiera desarrollarse como músico.  Fue ahí que me detuve un momento a pensar que aquí, aunque limitado por el trabajo y muchas cosas más. Siempre puedo salir a la calle a escuchar, cantar o tocar buena música.

 

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