Eunice y la mariposa

- Cuento escrito en 2007. Encontrado por fortuna mientras buscaba un documento en mi disco duro viejito. -


El día era azul y era cálido. El invierno languidecía y poco a poco daba paso a la primavera. A Eunice le gustaba la primavera porque por fin podía deshacerse de esa estorbosa ropa tan pesada que la cubría del frío y porque los días eran más azules y largos. En esta época la dejaban salir a jugar al parque durante toda la tarde. Hoy era un día especial para Eunice porque era el primer día del año que la dejaban salir a jugar en el parque, en su parque; por supuesto, acompañado de su hermano mayor.

Tan pronto llegó al parque comenzó una carrera frenética alrededor de cada árbol, jardín y estanque del parque. Después de un rato se puso a contar cuantas flores había en el parque. La tarea no era particularmente difícil, ya que sólo unas cuantas flores silvestres adornaban el paisaje.

“¿Qué no te puedes quedar quieta un segundo?” Le gritaba su hermano que, cansado de correr tras ella, ahora caminaba.
-          No puedo. ¿Qué no ves que estoy ocupada?
-          No me importa. Reprochó con ese tono fuerte lleno de paciencia que le tenía. Si sigues corriendo así, nos vamos a casa ahora mismo.
-          ¡No quiero! Gritó con fuerza y volvió a correr por una estrecha vereda que iba rumbo al sur y, después de quebrarse hacia el oeste, desembocaba en un estanque.

Junto al estanque se encontraba un árbol enorme al que hoy le empezaban a crecer las hojas y llena de botones aún sin florear. Eunice acudía a ese lugar seguido y dibujaba ese árbol muy seguido en sus trabajos de la escuela. Le gustaba mucho ese espacio, en particular el árbol. A pesar que ella no lo sabía concientemente, siempre encontraba un ambiente cómodo y de seguridad en ese lugar.

Al pie del árbol se encontraba un centenar de pequeñas flores blancas silvestres. Contenta por su descubrimiento, Eunice se abalanzó corriendo a ese jardín para ponerse a contar las respectivas flores. La niña no llegó a contar las flores, ni siquiera sabiendo contar más allá de veinte. Al acercarse a las flores salió volando una hermosa mariposa amarilla que llamó la atención de la niña e inmediatamente corrió tras ella.

La mariposa se sobresaltó al ver a la niña acercarse ten peligrosamente rápido hacia ella. Al emprender el vuelo se dio cuenta que no era suficiente, que la niña le seguía. Llena de miedo empezó a dar vueltas sobre la niña y a volar cada vez más alto hasta el grado de estar fuera de su alcance. En la vida de una mariposa siempre llega ese momento en el que uno se ve acosada por un niño. Ya muy alto, tan alto como el árbol, la mariposa volteo a ver a la niña que con los brazos extendidos le gritaba: “No te vayas, porque vuelas, ¿no te quieres quedar a juntar conmigo?”.

La mariposa siguió volando un rato alrededor de la niña que se cansaba de hablarle y gritarle. A final de cuentas, y al no recibir respuesta de la mariposa, la niña se dijo a sí misma: “Creo que las mariposas son sordas, por eso nadie habla con ellas”, y se puso a contar las flores al pie del árbol que ahora susurraba una canción para que la niña se sintiera más a gusto.

“Uno, dos, tres… diez… veinte… ¿Qué sigue de treinta?... uno y muchos… tres montones…”
“¿Qué haces?” Le preguntó una voz dulce y débil en la oreja izquierda. “Cuento flores ¿y tu?” “Observo a niñas contar flores”
La niña volteó a su izquierda y se sorprendió de ver a la mariposa posada en su hombro. Era bonita, pequeños trazos negros adornaban sus alas y se veía completamente diferente ahora que estaba cerca de ella.
“¡Mariposa!” Exclamó la niña volteándose completamente frente a ella, volvió a extender sus manos para tomarla. La mariposa voló. “Pero no me toques, me haces daño”. “Pero yo no quiero hacerte daño… solo quiero platicar contigo un rato”.
“Pero no me puedes tocar…” “Está bien, no te toco” “¿Prometido?” “¡Prometido!”
La mariposa se acercó a ella y comenzó a platicar. “¿Cómo te llamas?”comenzó la conversación Eunice.

Su hermano se encontraba viéndola a la distancia, leyendo un libro. A él también le gustaba el lugar. Ahí encontraba un momento de paz para disfrutar de una buena lectura. Eunice no se podía perder ni hacerse daño dentro del parque. Así que, mientras la niña se mantuviera en un mismo lugar, podía entregarse a su lectura.

Mientras leía podía escuchar a su hermana hablar sola, se fue familiarizando tanto a la voz de su hermana que ahora leía al mismo ritmo que ella. Después de un rato se puso a pensar que su hermana no había dejado de hablar en todo el tiempo que llevaba ahí. Levantó la vista y la vio recostada en el césped hablando sola muy tranquilamente. Tan tranquila se veía que hasta una mariposa se había acercado a ella.

“¿Qué haces chaparra?” Le gritó desde donde estaba, sin pararse.
“Estoy ocupada” Respondió mecánicamente la niña.
“Esta niña está loca, ya lo dije” Pensó para sí y volvió sus ojos al libro para continuar con su plácida lectura de primavera.

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