Visita espontánea a la Livraría Cultura.

Hoy tuve un evento de trabajo en la Avenida Paulista. Como terminé justo a la hora pico decidí quedarme a pasear un rato. Más que nada porque la Paulista siempre es un espectáculo de gente y edificios. Siempre hay alguien tocando un instrumento, vendiendo artesanías andinas, africanas o simplemente chucherías. A las seis de la tarde suena la campana y se ven las hordas de gente que salen de sus trabajos. Analistas, estudiantes, contadores, artistas, banqueros, abogados y personal de servicio forman una ensalada humana que corre freneticamente para regresar a sus hogares. La fauna que ocupa la Paulista a esa hora no es endémica de la región, ya que es un buen punto de conexión de rutas de transporte público a los cinco esquinas de la ciudad: norte, sur, este, oeste y la zona metropolitana (o ABC). Salí del edificio de la FIESP y agarré en dirección hacia Consolacao, pensando que podría tomar el metro camino a casa por allá. A la mitad del camino me di cuenta que no había cargado con el vale transporte y que, por consiguiente, tendría que regresarme de taxi o de uber. En ese horario es mejor pasar el tiempo libre en la calle que parado en el tránsito, por lo que decidí entrar a la Livraría Cultura. Ya que llegamos al tema, la Livraria Cultura es una de las tiendas de libros más bonitas que conozco. Está en la planta baja de un edificio que mezcla comercios con departamentos, poco afortunada y ostentosa en demasía. Su interior fue diseñado como una juguetería para adultos. Como una catedral, la librería tiene una gran nave a cuyo alrededor se desdoblan tres pisos de libros unidos por rampas. Esto da la sensación de amplitud que tanto falta en la ciudad y que nunca terminarán los libros. En la parte alta y a lo largo de la nave, hay una estatua de un dragón armado con pedazos ensamblados de madera. Eso lo lo hace sentir como una gran juguetería. Tengo muchos libros por leer en casa y en la oficina. De hecho, tengo un libro en proceso de ser leído en casa y otro en la oficina. Cada que alguien tiene la oportunidad me regala un libro, a tal medida que en los últimos años me he dedicado casi exclusivamente a leer literatura en portugués. Para evitar la tentación de llevarme el primer libro que llamara mi atención decidí entrar en un estante al azar y tomar un libro que no me llamase la atención, para hojearlo y tal vez aprender algo diferente. Fue así como llegué a un libro que hace un recuento de historias de un periodista que cubría historias deportivas. Leí la anécdota de un futbolista brasileño que alegó que perdió su anillo de compromiso en el campo de entrenamiento. Al argumentar que su mujer era extremadamente celosa todo el equipo decidió ayudarle a buscar el anillo en el césped del campo, sin éxito. El hecho fue tan singular que apareció como noticia principal del segmento de deportes de un diario de Rio de Janeiro. La esposa, conmovida, le dijo a su marido que no se preocupara. Comprarían otro anillo, más bonito que el anterior. Muchos consideraron esta historia como el esquema perfecto para justificar la afición por las mujeres del citado jugador. Para cuando terminé de leer un par de historias, Lola llegó a darme alcance a la librería. Paseamos por la región y terminamos cenando en la taqueria de Hugo, en la Augusta. Así, lo que debió ser un tumultuoso regreso a casa en hora pico, se convirtió en un agradable paseo por la Paulista y sus encantos urbanos.

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