Vupabussu

En unos meses vamos a cumplir cinco años en Brasil y yo como quince con este blog que nadie lee. Pero como la cuarentena del coronavirus está canija y todavía no aprendo a grabar y editar podcasts (que sería el heredero natural de este blog), tengo que buscar ejercicios para mantenerme ocupado y no aburrirme en mi confinamiento. 

Una de las decisiones más importantes de cuando uno llega a un lugar nuevo es escoger la casa en la que vas a vivir. La gente de la oficina nos sugería quedarnos cerca del lugar de trabajo, es un lugar seguro y vivir cerca sirve por si se ofrece que vayas a la oficina en cualquier momento. La última es la principal razón por la que nunca vivo cerca del trabajo, aparte que era considerablemente más caro. Cuando conseguimos un departamento dos barrios al norte, a unos cinco kilometros de distancia, me torcieron la boca y me dijeron que ese barrio era "más brasileño". 

La idea de vivir en una zona "más brasileña" me emocionaba, empezando por el nombre de la calle, Vupabussu, que en tupi significa laguna alargada. A lo largo de los últimos años he descubierto que el barrio es muy bonito y acomodado. Cuando llegamos había unos cinco restaurantes alrededor de la casa, número que por lo menos se ha triplicado desde entonces. 

Nuestra ventana da a una pizzeria buena y carísima, por lo que todos los días alrededor de las 4:30 se empieza a sentir el olor del horno quemando los restos del día pasado, olor que se transforma conforme va pasando la noche para convertirse en aquel de levadura y gluten calientito. Después de un par de visitas aprendimos que la masa es buena y que uno puede pasar a comprar un pan de calabresa que es cuatro veces más barato de que la pizza, para llevarselo a comer a la casa. Los de la pizzeria y el viene  viene de la cuadra ya nos reconocen y hasta nos cuidan. 

El punto bajo de tener restaurantes y un gimnasio de basquet alrededor es que siempre hay mucha gente y con ello hay ruido de gente pasando todos los días hasta, por lo menos, la una de la mañana. El gimnasio se renta para cascaritas de futbol de salón o de basquet para gente que trabaja cerca. Como es gimnasio, tiene mucho eco y todo el sonido se proyecta hacia arriba, osea, al edificio en el que vivimos. Por su lado, todos los días escuchamos las mañanitas versión Brasil al menos tres veces por noche. El restaurante que está a dos casas a un lado acostumbra rentarse para bodas y fiestas privadas, por lo que de pronto la música se va hasta lo permitido por la legislación local. En alguna ocasión que Lola estaba enferma, terminamos llamando a la policía para que se callaran. 

En carnaval acostumbran pasar frente a la casa al menos dos blocos de rua, sin percusiones pero con mucha alegría. Siempre es un desmadre, pero como nos gusta ese rollo, bajamos, nos echamos dos cervezas, cantamos un rato y nos regresamos al departamento. En fin, es un lugar ajetreado, pero hemos aprendido a llamarlo de casa. 

Con la contingencia del coronavirus, la gente empezó a frecuentar poco a poco menos los restaurantes de alrededor, los coches se estacionaban menos, hasta que la pizzeria cerró las puertas temporalmente. Finalmente el gobierno prohibió la atención presencial en la compra y venta de productos y servicios. Ahora solo lo frecuentan los repartidores que ocasionalmente pasan a recoger el paquete de entrega. 

Los cambios han sido dramáticos. Se escuchan solo el pasar de algunos carros, los perros y el golpeteo de las cacerolas todos los días a las 8:30 de la noche protestando contra el presidente Bolsonaro. Sin gimnasio y sin restaurantes el lugar es hermosamente más tranquilo, tanto que creo que mi calidad de sueño h mejorado en los últimos días. 

A pesar de ser muy tranquilo, ese silencio poco corresponde al lugar en el que vivimos y se convierte en una cosa un tanto inquietante. Me preocupa un poco el viene viene, que siempre esta ahí chingandole desde temprano hassta después de la media noche. Y así seguimos hibernando como fetos esperando el momento del alumbramiento. 

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