En cantinas y cafés

15 – Marzo – 2010

Fuimos a una cantina a comer, literalmente un centro botanero en una esquina donde jamás pensé que fuese a haber uno. Teníamos poco más de dos horas para ordenar la cantidad de bebidas necesarias para pagar la comida. A mitad de la comida llegó un señor con su karaoke a cantar ranchero. Cuando no se habla de nada interesante me pongo a escuchar la música y a veces hasta a cantar. En esas estaba cuando una de las chicas de servicio social me comentó: Pues si ya estás cantando deberías parar a cantar una canción.

Quise ir al baño, diablos, está cerrado. Me di media vuelta para regresar a la mesa pero continué para pedirle al cantador que me dejara cantar una canción. No me acordaba lo difícil que era marcar los tiempos de Caminos de Michoacán, pero aún así salió la canción.

Creo que en este ambiente no me había animado a cantar antes. Alguien me dijo que si no la hacía para esto podría ponerme a cantar o a tomar fotos. En eso me llama un mesero, una de las cocineras quiere hablar contigo. Una chica de unos 22 años me dijo, cantas muy bien, deberías quedarte aquí a cantar. Muchas gracias, dije, en el último bar en el que canté me disparaban las copas, respondí maliciosamente.

Regresé a mi lugar y me perdí entre la música y la plática que teníamos. Nunca llegó la copa.

14-Marzo-2010

Hace un par de días mi tía me hizo la anotación de que estaba llegando inusualmente temprano a la casa. Entre que ya no estoy dispuesto a quedarme mucho tiempo en la oficina después del toque del “Yabadabaduuuuuu!!!”, que en realidad no tengo gran cosa que hacer durante la tarde, que ya no me entretengo mucho en las oficinas de otros amigos porque ellos si tienen cosas que hacer y que no me desvalago por las calles del centro como antes solía hacerlo.

Es por ello que fui a ver la exposición de “México en tus Sentidos”, del cual hablaré en otra entrada, para después ir a encerrarme en el café del MUMEDI para escribir un rato. Antes de llegar al café empezó a arreciar una brisa que se convirtió en lluvia. Pregunté si había alguna mesa. No, fue la respuesta, pero tenemos espacio en la barra. A final de cuentas vengo solo y necesito una mesa y una taza de té para escribir un rato.

Después de una hoja de escritura se sentó una pareja junto a mí. Intercambiamos un par de palabras y cada quien a sus asuntos. Un momento después alguien en una mesa contigua empezó a cantar “tristeza nao tem fim, felicidade sim…”. Común de cualquier conversación pensé que se iba a callar de inmediato, pero tanto a mi como a mis compañeros de barra nos llamó la atención que cantó casi toda la canción.

Ese fue el pie para empezar una conversación, los tres íbamos al café para desestresarnos de la oficina. De salir de lo cotidiano. Yo escribía y ellos compartían poesía en voz alta. Las personas de la mesa contigua ya no estaban en nuestro rango de atención y simplemente nos pusimos a platicar de lo importante que era salirse del entorno común y corriente para encontrar un poco de equilibrio. Mientras tanto una mesera le pedía a una compañera la solapara para que se pudiera escapar a la librería a comprar un libro. De pronto nos dejamos de hablar todos y regresamos a nuestros asuntos.

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