Las aventuras del morral
Desde que un día nos fuimos a meter a la montaña en el rancho de Pepe descubrí lo maravillosamente práctico que es llevar siempre un morral consigo. Yo creo que para ese entonces tendría 15 años. Es por ello que, 4 años más tarde, con el primer salario que recibí como guía de turistas me fui al mercado de dulces a comprarme mi morralito y un paquetito de arrayanes que devoré mientras caminaba a mi casa.
La historia de mi primer morral terminó en un campamento en Carnac, Francia; donde ya todo mutilado y remendado se lo regalè a un antropólogo que coordinaba el campamento al que, definitivamente, le fue de utilidad y de agrado. El que le siguió era completamente negro y en lugar de un horroroso hilo para montarse sobre el hombro ya tenía un listón que no me marcaba el hombro a menos que llevara muchas cosas. Este terminó con mi hermana adoptiva Jessie y no le he preguntado si aún lo conserva.
El que tengo hoy en día me lo compró mi mamá cuando todavía había hippies estorbosos, y aún podías bailar en la plaza centenario, en Coyoacán justo antes de irme a España. Uno nunca sabe cuando una artesanía de ese tipo puede salvarte la vida. Este es aún más bonito y contaba con un cierre para cerrarlo, aunque después de un año se desprendió y me dio flojera reponerlo porque sigue sirviendo sin cierre. Este lo he remendado dos veces y ha estado a punto de cambiar de dueño unas veces. Es como ese par de zapatos o camiseta que quieres tanto que mientras màs viejo y amolado esté, más lo quieres.
El problema es que un morral es tan fancy como creer que usar las bolsitas de Gandhi o el Sotano es fancy. Son útiles, espaciosas y tienen un muy buen mensaje, pero cuando alguien te ve llegar de traje y con él como que no te ven bien, no te queda. Peor aún es cuando eres hombre y en cada exposición, museo, librería o tienda y, aún estando vacía te tratan como si llevaras mochila: "tienes que dejarla en paquetería" te dicen mientras a un lado va pasando una muchacha con una bolsa de mano tamaño pañalera que si pasa porque es una bolsa de mano. Todo esto nos lleva a tomar una serie de medidas:
1. Decirle al guardia que eres ecológico y que la bolsita la llevas para que no tengas que usar bolsa de plástico, porque a final de cuentas la misma tienda vende bolsitas de tela con ese fin y sería ridículo no dejartela pasar después de todo ese desborde de mercadotecnia ecológica. Esta por lo general funciona en las tiendas.
2. Encontrar a una mujer con una bolsa igual o más grande que la tuya para decirle al guardia que es ilógico que ella si puede entrar con una pañalera bajo el hombro donde facilmente puede meter ahí adentro la fuente de Duchamp sin que nadie se de cuenta por el simple hecho de ser una niña mujer (citando a Tulio Triviño). Lamentablemente esta estrategia por lo general termina haciendo que tanto la chica que sirvió como ejemplo como yo tengamos que ir a la mugre paquetería para dejar nuestras cosas, y de paso que te vean feo; en lugar de hacer sentir como excremento al mugre guardia sexista.
Aún así me aferro al morralito... y me considero simpático.
La historia de mi primer morral terminó en un campamento en Carnac, Francia; donde ya todo mutilado y remendado se lo regalè a un antropólogo que coordinaba el campamento al que, definitivamente, le fue de utilidad y de agrado. El que le siguió era completamente negro y en lugar de un horroroso hilo para montarse sobre el hombro ya tenía un listón que no me marcaba el hombro a menos que llevara muchas cosas. Este terminó con mi hermana adoptiva Jessie y no le he preguntado si aún lo conserva.
El que tengo hoy en día me lo compró mi mamá cuando todavía había hippies estorbosos, y aún podías bailar en la plaza centenario, en Coyoacán justo antes de irme a España. Uno nunca sabe cuando una artesanía de ese tipo puede salvarte la vida. Este es aún más bonito y contaba con un cierre para cerrarlo, aunque después de un año se desprendió y me dio flojera reponerlo porque sigue sirviendo sin cierre. Este lo he remendado dos veces y ha estado a punto de cambiar de dueño unas veces. Es como ese par de zapatos o camiseta que quieres tanto que mientras màs viejo y amolado esté, más lo quieres.
El problema es que un morral es tan fancy como creer que usar las bolsitas de Gandhi o el Sotano es fancy. Son útiles, espaciosas y tienen un muy buen mensaje, pero cuando alguien te ve llegar de traje y con él como que no te ven bien, no te queda. Peor aún es cuando eres hombre y en cada exposición, museo, librería o tienda y, aún estando vacía te tratan como si llevaras mochila: "tienes que dejarla en paquetería" te dicen mientras a un lado va pasando una muchacha con una bolsa de mano tamaño pañalera que si pasa porque es una bolsa de mano. Todo esto nos lleva a tomar una serie de medidas:
1. Decirle al guardia que eres ecológico y que la bolsita la llevas para que no tengas que usar bolsa de plástico, porque a final de cuentas la misma tienda vende bolsitas de tela con ese fin y sería ridículo no dejartela pasar después de todo ese desborde de mercadotecnia ecológica. Esta por lo general funciona en las tiendas.
2. Encontrar a una mujer con una bolsa igual o más grande que la tuya para decirle al guardia que es ilógico que ella si puede entrar con una pañalera bajo el hombro donde facilmente puede meter ahí adentro la fuente de Duchamp sin que nadie se de cuenta por el simple hecho de ser una niña mujer (citando a Tulio Triviño). Lamentablemente esta estrategia por lo general termina haciendo que tanto la chica que sirvió como ejemplo como yo tengamos que ir a la mugre paquetería para dejar nuestras cosas, y de paso que te vean feo; en lugar de hacer sentir como excremento al mugre guardia sexista.
Aún así me aferro al morralito... y me considero simpático.
Comentarios
Y ni las bolsas de gandhi ni los morrales son fancys, son chairos! Así que a mi con una bolsa del mismo tamaño pero más morralosa (es decir, con un asa larga) y telita de guatemala, también me mandan a la paquetería.
Lo que demuestra que no es sexismo sino clasismo.
Yo creo que casi todos tenemos algún objeto similar que nos ha acompañado en aventuras. En mi caso no es un morral, sino una bolsa más pequeña con un asa larga, donde me cabían la cámara, el pasaporte, la cartera y algunos dulcesillos indispensables para los viajes mochileros. Y creo que también hay un par de chamarras con las que salgo en tooodas las fotos :D
Qué le vamos a hacer? Bon voyage! El morral lo tendrás que dejar para los fines de semana ;-)