Sabado por la mañana


(Recomendado pucharle al play para disfrutar de la experiencia extendida)

Algún día concurrimos con Chano que los mercados son la verdadera cara de las ciudades. Aunque mucha gente termina paseando, la gran mayoría va a satisfacer una necesidad cotidiana. No necesita arreglarse mucho para ir, pero si necesitan tener mucho ánimo para cargar con el fardo que poco a poco se va llenando de las provisiones semanales. Por otro lado, en las plazas de mercado concurren los comerciantes y productores locales. Hay quienes viajan algunas horas para pararse todo el día a vender su producto. No falta el músico ambulante, el limosnero ni el pregonero con causa.  Así, el mercado es una mezcla de olores, colores y sonidos completamente propia de la ciudad huésped. La gente habla, regatea, pregunta, recomienda, canta, grita y, semana tras semana, termina conociéndose personalmente.

En Detroit, el Eastern Market, es uno de los focos más vivos de la ciudad. El mercado lo conforman tres naves que se llenan de productores itinerantes y negocios establecidos que se distribuyen alrededor de dos o tres cuadras del edificio principal. Como muchas cosas en Detroit, la sensación al llegar es que hay muchas casas abandonadas, semidestruidas y con graffitti; pero con algo de experiencia, uno se da cuenta que es, lamentablemente, una de las cosas contra las que lucha la ciudad. 

El primer frente son los vendedores de flores. Multitud de colores y de olores se extienen por el piso. Las flores se venden en maceta o por charolas, listas para ser transplantadas a un jardín. Luego uno entra a las naves principales en la que se encuentran productores bastante al azar. Vendedores de especias, verduras, frutas, orgánicos, semillas, productores de queso. Como debe de ser, cada vendedor anuncia orgullosamente su inventario de provisiones. Curiosamente, los que venden carne o pescado están en una mesa completamente vacía con una lista de la carne que tienen disponible, cuando alguien ordena algún corte en particular el mercader abre un refrigerador tipo hielera y saca la carne ya cortada para ponerla en su paquete correspondiente. 

Para el momento en el que uno llega al centro del conjunto de tres naves aparece el puesto de un par de productores con zanahorias, cebollas y lechugas que salieron de una granja urbana y anuncian orgullosamente que fueron hechas en Detroit y cada quién (Lolita, Andreanne y yo) empieza a agarrar por su lado. Un xilófono empieza a sonar al fondo y, para mi, fue como el canto de las sirenas. Andreanne se pone a platicar con el viejito de las especias que le cuenta de una hierba bastante extraña y Lola se entretiene con una chica que vende café molido. Poco después, el de los quesos nos cuenta que nos puede traer leche fresca desde su rancho si le hablamos uno o dos días antes. 

Alrededor del mercado hay un par de abarroteras más al estilo de tienda bonita. Una en particular, tiene un ascensor de 1905 hecho todo de madera, en el cual uno puede visitar el tercer piso de la tienda. Mientras tanto, una de las cuadras que flanquean el mercado está lleno de restaurantes, cafés y loncherías, en donde un hombre orquesta ameniza las hordas de hambrientos devoradores de costillas de puerco, pollos asados y hot dogs de calibre de estrella porno. 


Cuando pensamos que el mercado ya no daba para más, nos enteramos que la mancha comercial se extiende unas cuantas cuadras más allá del bullicioso mercado. A 4 cuadras del mercado hay un rastro y 3 o 4 tiendas de carne, en las que uno literalmente se mete a una cámara fría para escoger la carne que uno prefiere. Gran decepción al entrar, ya que las carnes estaban ya cortadas y empacadas, con excepción de algunos pedazos de carne que se cortan a solicitud del cliente. Nada como las carnicerías mexicanas en las que te recibe la cabeza de la vaca con la lengua de fuera.

Dentro de los alrededores hay un par de galerías de arte. El tamaño y grado de deterioro de las construcciones permite que rentar un espacio amplio sea barato para los artistas (aquí se autodenominan artistas y no diseñadores), lo cual ha resultado una de las experiencias más agradables de este pueblo, al encontrar una de esas galerías acondicionada en el sótano de una destiladora antigua, justo con la cimentación del edificio. 

En el borde sur está una autopista, con un cruce peatonal, que acoge a la comunidad afro que vende inciensos, discos raros y ropa casi étnica. 

Antes de irnos descubrimos que todavía había algunos rincones sin explorar, no obstante nuestra capacidad para prestar atención ya estaba muy reducida, dejando espacio para futuras experiencias aquí. 

Comentarios

Florecita Rockera ha dicho que…
me encanta, sólo a ti se te ocurre grabar algo en esas situaciones y luego publicarlo! =D

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