Caminando...
En mayo de
2010 llegué a Canadá lleno de esperanzas y con el bolsillo completamente vacío.
“¿Qué no ahorraste cabrón?” Me preguntó mi tío. Y la verdad es que no, me gasté
gran parte de mi salario en viajes a distintos lugares, ropa, comida y alcohol.
Acostumbrado a una vida urbana y sin gran lujo, llegué buscando un lugar al
cual pudiera llegar a trabajar por medio de bicicleta o transporte público. Mis
colegas me tuvieron que explicar en varias ocasiones: aquí no hay transporte
público y la bicicleta la podrás usar tan solo en 5 meses a lo largo del año.
La
necesidad me hizo adquirir un carro por medio de un arrendamiento financiero,
para mucho después comprarme mi primer coche. Como consecuencia, encontré un
lugar bonito para vivir bastante lejos de mi trabajo. Las condiciones del lugar
me hicieron depender durante cinco años del automóvil y generaron una pereza que a la larga me hizo subir de peso de manera considerable.
Actualmente, en Sao Paulo, el tener un carro es un mal negocio. Con tanto tráfico, un paseo de 10 minutos puede tomar hora y media o más, si la luna se alinea con la cuarta casa de acuario. La recomendación es vivir cerca de tu trabajo si no quieres volverte viejo en medio de un embotellamiento, o cerca de una vía exclusiva de autobús o metro que te deje cerca. A pesar de ello, Sao Paulo es una ciudad muy grande y cualquier traslado implica una caminata de por lo menos un kilómetro de ida y otro de vuelta.
Las condiciones imponen. De algún modo u otro, todos los dias camino de uno a cuatro kilómetros simplemente haciendo actividades regulares, como comer, llegar al trabajo o encontrarme a Lola a mitad del camino para hacer compras. Esto nos ha hecho entrar en contacto con el barrio y los alrededores. De paso, ese sedentarismo que me impuse en la tierra de los grandes lagos desapareció, así como unos cuantos kilos después del primer mes.
A esta rutina tan saludable, se le añade un factor del que poco hablamos: la lluvia. El pasado domingo salimos de un supermercado para regresar caminando unos dos kilómetros camino a la casa cuando el cielo se estremeció y se abrió para dar paso a una lluvia torrencial. No quedó otro remedio que seguir caminando tranquilamente y disfrutar el regalo del cielo empapandonos las ropas.
Cabe mencionar que caminar bajo la lluvia es una tradición familiar que practicamos desde muy niños. Caminar cuando los demás corren, seguir cuando los otros se detienen y buscan refugio. Disfrutar una cosa tan natural, de la que los demás se protegen.
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