Zanni

Hace unos días fuimos al Memorial de América Latina a una reunión de trabajo. Al cruzar una de las explanadas que tienen vimos montada en ella una enorme carpa roja. Es el circo Zanni, me dijo Joao, si quieres les podemos conseguir boletos para este fin de semana. No tiene animales, verdad? No, los animales en los circos están prohibidos en Brasil, me respondió Adriana. Con poca convicción acepté los boletos, sobre todo porque escuché a uno de los músicos practicar con un instrumento de campanas hechas con botellas. 

Después el problema fue encontrar alguien que quisiera ir al circo con nosotros. Parece ser que crecimos con la idea de que el circo es un espectáculo corriente y un tanto marginal, siempre y cuando no se llame Cirque du Soleil. 

Finalmente encontramos a alguien con quien ir. La primera sorpresa fue encontrarnos a a tanta gente intentando entrar al circo. La carpa, que desde fuera se veía grande, por dentro albergaba espacio para 200 a 300 personas. Tres niños vestidos con trajecitos y tutús daban vueltas y piruetas en el escenario. Los músicos comenzaron a tocar y el show se convirtió en algo íntimo para niños y adultos. 

La segunda sorpresa, todos tienen muchos papeles. El bajista es mimo, el baterista es payaso, los trompetistas son malabaristas, las acróbatas cantan y bailan, el guitarrista es maestro de ceremonias y, también, maestro en la cuerda floja. Las edades varían desde una señora que ronda los 55 años con un cuerpo escultural, en el que se distinguen con claridad cada grupo muscular; la mayoría tiene alrededor de 30 años, pasando por una chica embarazada y terminando en el hijo de uno de ellos, de 6 o 7 años de edad, que hace playback y sale a recibir los aplausos después de cada número. Todos arman el escenario, cuidan la seguridad y ayudan a que la producción del evento transcurra sin cortes ni distracciones. Entre acto y acto, viene un payaso y los músicos ejecutan una pieza en la que  muestran que conocen su instrumento y lo tocan bien, a secas. Poco después cambian de instrumento, usan una repetidora y empiezan a jugar entre la música y el acto. 
Llega la chica del trapecio. La carpa es extremadamente pequeña y nos damos cuenta lo fácil que es que ocurra un error y se rompa el trasero sobre el público. En la barra un hombre de mediana edad, toma ventaja de sus limitaciones físicas para hacernos reir y sorprendernos durante su acto. El payaso me recuerda a Dumbo, pero sin elefantes, ni animales. 

Al terminar el evento, los poco más de 10 miembros del elenco salen por la puerta principal y despiden personalmente a cada uno de los asistentes, como los huéspedes a los que han entretenido durante las últimas 2 horas. 

Tengo que confesar que estoy acostumbrado a las grandes producciones de Quebec, en las que los productores recorren el mundo entero para dar un duro entrenamiento a un malabarista que solo ejecuta un acto. Este, en cambio, me baja los pies a la tierra y me recuerda que el circo es una pequeña empresa de un puñado de personas que trabaja en equipo no solo para presentar el show, sino para producirlo y para recorrer en un par de camiones decenas de ciudades en un año. Las familias viajan con ellos y eventualmente se integran a este estilo de vida tan antiguo y característico del cirquero. 

Me gustó. Tal vez regrese el año siguiente. 



Comentarios

Entradas populares