Jantar no escuro

En algún lugar escuché que existían esos lugares donde comías a oscuras para resaltar los sentidos del gusto, tacto y olfato. La idea me sonaba bonita, pero nunca formó parte de mi lista de cosas para hacer antes de casarme. Incluso el día en que me llegó la invitación por parte de una amiga, no me llamó la atención nadita. A final de cuentas creo que soy de esos que todavía no termina de diferenciar la comida de combustible. Pero cuando uno tiene una esposa tiene que aprender que el pilar más solido de cualquier relación es saber decir "sí mi vida" a todo y de manera convincente. Así que fuimos.

El inicio de la velada fue una pequeña recepción en la que todos tenían la oportunidad de conocerse, aunque todos terminamos hablando con los que ya conocíamos sobre las cosas que habíamos hecho en ese fragmento de tiempo entre la última vez que nos vimos y el día de hoy. Para marcar el inicio de la cena, nuestros anfitriones nos explicaron un poco la temática de la comida que probaríamos y nos empezaron a preparar sobre lo que experimentaríamos: Nuestro mundo depende en casi un 90% de la información que recibimos visualmente y nos hacemos dependientes de ella. Esta experiencia resaltaría los otros 4 (o 3) sentidos. El vaso estará del lado derecho al frente y tendríamos que tentar con cuidado alrededor de la mesa para reconocer lo que está siendo servido y lo que se comerá. Para evitar sacarnos los ojos, comeremos con los instrumentos más versátiles que tenemos: las manos. Por último: la experiencia es con la comida, por lo que habría que guardar silencio lo más que se pudiera para no interrumpir con la experiencia del vecino. 

Hasta ese punto era evidente que eventualmente entraríamos en un cuarto oscuro o algo así. Nos formaron en fila india y nos taparon los ojos con una tela suave y un tanto elástica. Para no perdernos, nos apoyamos de los hombros de la persona de enfrente hasta que el mesero nos llevar a la mesa y lugar en el que estaríamos. Lola?? Aquí estoy, enfrente de ti. ¿Quién está a tu lado? Mayté. ¿Del otro? Un señor que se llamaba Wilson. 

Es dificiil expresar lo diferente que es comer cuando no se sabe que se está comiendo. El primer encuentro es con el olfato, que te avisa cuando el mesero colocó algo enfrente de ti (eran silenciosos los méndigos). Después el tacto, ya que tenías que tomarlo con las manos para llevarlo a la boca. Lo que llevaba a una fase de exploración sobre el tipo de comida, la consistencia, el tamaño del plato, la humedad, etc.  Finalmente el placer de llevarte la comida a la boca con esa incógnita de si lo que te comes es pollo, res o puerco (el pescado era muy evidente). 

Para cerrar la pinza, de cuando en vez los organizadores te visitaban furtivamente para darte un masaje, pasar gardenias por el rostro o pasarte esos alambritos que te dan masaje en la cabeza y te hacen retorcerte por lo agradable que es la sensación. Para no dejar huérfano al oido, una mandolina y una guitarra recorrían el restaurante para darle un acento acústico. 

Al principio odié la idea de que me taparan los ojos, me sentía casi secuestrado. Por lo que opté por levantarme la tela y cerrar los ojos para seguir el juego de manera cooperativa. Pero ya entrado el juego se te olvida que no estás viendo. Hay tantas cosas en qué prestar la atención, que parece casi trivial tener que depender tanto de la vista (estoy cerrando los ojos mientras escribo, por si se preguntaban). Las sensaciones que siempre han estado ahí no solo se realzaban, sino que abrían paso a otros estados de conciencia. Como un trance, pensé en la playa mientras bebía cerveza y en una esquina de un pueblo yucateco cuando comía el panucho de cochinita. Después los recuerdos mudaron de lugares a personas, un grupo pequeño de amigos a quienes denominaré "mi infierno personal". En esos momentos, me dieron muchas ganas que estuvieran ahí, a ciegas, comiendo pastel de tres leches a ciegas y lamiendose los dedos mientras echaban desmadre en la mesa, tal como Lola y Mayté lo hicieron. Por cierto, ellas solo se callaron cuando les pasaron la cosita de alambres por la cabeza. El resto de la comida lo narraron como juglar medieval. 





Comentarios

Entradas populares