Santa María la Ribera

En agosto caí a la Ciudad de México por motivos de trabajo. Aproveché para dar una vuelta a la familia y tomar unos días de vacaciones. Mi vuelo aterrizó muy temprano y aproveché la oportunidad para pasar a desayunar con David y Chano, que viven en menage en Santa María la Ribera. Según ellos, su casa está bien cerca del kiosko morisco. Según quedamos antes de subir al avión con David, llegaría directo a su casa para despertarlo e irnos a desayunar algo a algún lugar. Me dio su dirección, calle, número y más o menos el plan de cosas que haríamos. 

Despegó el avión y perdí la señal. 

Cuando llegué a México, resultó que el chip de celular que tenía había dejado de funcionar, por lo que me quedé sin manera de hablarle por teléfono. Así que agarré un taxi con mi maleta para llegar a su casa. David sabía que llegaría y que estaría al pendiente, así que no me preocupé. 

El taxi llegó a la dirección. Un caserón enorme era dueño de las coordenadas que me dio David. Por un momento pensé que me había equivocado, pero no había nada alrededor con cara de casa en la que pudieran vivir. Han de vivir en un departamento adentro del caserón, pero no me dio el número. Seguro no me lo dieron porque es chiquito y todos los han de conocer. Me paré en la puerta de entrada donde una señora muy amable y me preguntó: ¿A cuál departamento va señor? (Le salió una cana a mi niño interior) Al de un par de chavos que responden al nombre de David y Chano, le respondí en mi ingenua idea de que el lugar era pequeño. No conozco a nadie así, me respondió. ¿A cual bloque de edificios va? ¿Bloque? Si, aquí hay muchos departamentos. Pero pase a ver si lo encuentra. 

Me imagino que en sus tiempos de gloria el caserón tuvo caballeriza, sala de juegos, un taller para hacer pescaditos dorados y un calabozo para niños malcriados, porque en su interior había al menos una docena de pequeños edificios de cuatro pisos cada uno. Unas señoras barriendo, otros con el sonido del radio a todo volumen saliendo desde sus ventanas, otros saliendo a trabajar. Revisé los mensajes que me había mandado David. En ninguno hablaba de número de departamento, menos de bloque de edificios. Así que me decidí a pasear por los pasillos gritando sus nombres como vendedor de gas. 

Por las ventanas se asomaban de vez en cuando algunos rostros que me miraban con curiosidad para luego tornarse en indiferencia y desaparecer en la privacidad de su departamento. Pasé enfrente de cada edificio gritando las variables de los nombres de mis amigos, pero después de 20 minutos no había señal de vida de ninguno de los dos. Así que pensé que lo mejor sería buscar un plan B. Ya sea salirme a buscar una caseta telefónica o de plano tomar otro taxi a la estación de autobuses y llegar más temprano a Querétaro. En ese trance estaba cuando salió de su departamento una señora para decirme: Oiga señor (le avienta ácido a la cara de mi niño interior), ¿porque no le habla a ese amigo suyo? Brevemente le explico que como no vivo en México, mi celular no jala. La señora me ofrece su teléfono para llamarle por teléfono. Me dan ganas de abrazarla y le marco a David. Me manda a buzón. La señora me mira con cara de "ya te fregaste". Le marco a Chano quien todavía está en el depa y sale a recibirme.

Todavía la señora le dice a Chano, su amigo lleva rato buscandolos. Le agradezco y nos vamos a comer. David se despertó media hora después. 

Esos canijos son mis compas del alma.

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