Converse

El año pasado escuché una historia de una conocida. Hace unos años le tocó ir a trabajar a Salvador de Bahía durante el carnaval. Como trabaja para una distribuidora de bebidas alcohólicas, la empresa les pagó un camarote para el carnaval. El carnaval fue increíble, según sus palabras. Al día siguiente en la reunión sintió un olor espantoso como a orines, que resultó (no sorprendentemente) venir de sus zapatos de tela que habían agarrado humedad de algunos miasmas propios de esa celebración pagana.

Varios años después y de vuelta al presente, (osea, 2018) me encuentro en un bar a una hora en la que no existe poder humano que pueda mantener los baños limpios. Como los bares en Sao Paulo suelen adaptarse de casas viejas, los baños suelen ser pequeños y sin ventilación, lo que hace que los baños masculinos tengan fila mixta, ya que la espera de los baños femeninos es dos veces más larga. Cuando entro al baño el olor a urea es fuerte y el baño tiene un espejo de agua con manchas negras que traicionan el paso de aquellos que me antecedieron en el uso de tan augustos aposentos.

Mientras hago mis necesidades fisiológicas volteo al suelo y veo que mi agujeta está desabrochada y ya está pesada de la cantidad de líquido que absorbió. Mis tenis son converse, de tela, y pasa por mi cabeza la fábula de la niña que fue al carnaval en Bahía. Podría ser cerveza del bar o podría ser lo peor. Hago una cara de disgusto, pero la fiesta continúa y ese es un puente que cruzaré otro día.

Ese día llegó, ayer, cuando llené una cubeta de agua y jabón para remojar los tenis. Unas horas después y el agua había cambiado de color a un verde moho inodoro. Normalmente la mugre es negra, por lo que seguramente esos tenis tenían muuuuchas cosas más en su repertorio de cosas absorbidas. Al final me tallé las manos como si estuvieran llenas de veneno.

Ahora los tenis se están secando, solo me quedó la preocupación de saber que tán cochinos estan mis tenis, con los que salí al carnaval.

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