La casa encantada

Soñé que se caía al agua, y yo saltaba tras ella. La decisión la había tomado precipitadamente y la corriente se la llevaba. Yo nadaba lo más fuerte que podía para alcanzarla y, ¿salvarla? Ahora que ya estaba en medio de la corriente me daba cuenta que si la llegaba a alcanzar no la iba a poder salvar porque la corriente era tan fuerte que no me iba a soltar a mi tampoco. La buscaba por todos lados, sabía en donde estaba pero no la veía. La fuerza de la corriente me abrazaba casi cariñosamente y me revolcaba por todos los rincones del riachuelo. Si no me va a dejar salir de aquí, al menos llegaré a donde quería ir. Me esforzaba un poco más por llegar a ella. Entre tanto esfuerzo dejé de pensar en ella y me dejaba llevar por el agua que celosa, no me dejaba salir de ella. Es inútil, pensé, no me va a dejar salir de aquí hasta que ceda. Cedí. En la turbulencia solo me daba cuenta que estaba demasiado lejos para poder intentar regresar. Es inútil, se acabó, pensé.


Al abrir los ojos no sentí particular alegría de estar en la cama. Me levanté a la cocina en dónde ya estaba Elise preparando el desayuno. Sabes, hoy soñé contigo, me dijo mi anfitriona. Soñé que eras hijo único. Eh, que bueno, pero yo no soy hijo único. Lo sé, probablemente será porque, a diferencia de otras personas, tú no me recuerdas a nadie y te convertirás en un punto de referencia para otras personas que conozca. Eso es bueno, pensé, mientras recordaba haber sacado un día antes un libro de interpretación de sueños de su librero. Aparte de ello, la señora tenía una sensibilidad natural. Le conté mi sueño. Es bueno soñar que uno muere, me dijo, el agua significa purificación. Morirse en el sueño es como sacudirse los problemas y empezar una nueva vida.

Lo curioso es que las últimas semanas me he sentido arrastrado. Desde hace un año que llegué, pasar el verano instalándome, el invierno encerrado, esa sensación de tristeza que siempre tengo en estos lugares justo a finales de febrero cuando el invierno parece ser eterno, y las turbulencias del último mes, a penas tengo ganas de pelear contra la corriente. Llegué aquí sin interés y por azares del destino. A medio día de trayecto desde mi casa me encuentro en una verdadera casa encantada. Color verde pistache, la casa huele a madera quemada porque la usan para calentarse. En la noche todos platican, a pesar que no están de acuerdo en ocasiones, no gritan. Parece que estamos en un duelo de espadachines y la gente embate y responde con la gracia de un arte largamente practicado. De pronto todo estalla y me pierdo en mis pensamientos. Por un momento me siento como Simón cuando llega a la casa de mis papás y le dice a Violeta que le gusta estar ahí porque el ambiente se respira bastante agradable. La gente es bastante atenta conmigo y me toma en cuenta en esas conversaciones en las que no tengo nada que ver.

Luego, el sueño.

Me levanto en la mañana y para toda cosa que veo tengo un referente. La casa me recuerda bastante a la casa en la que viví en Bélgica, y me siento como en otro sueño que tuve de niño que guardo muy cerca del pecho. Todos me recuerdan bien o mal a alguien, excepto Elise. Tiene un toque bastante único y familiar. Casi como si la hubiera conocido desde antes y tuviera la certeza de haber platicado antes con ella. Parece que traigo una resaca y tuviera que reconstruir por pedazos las cosas que hice la noche anterior, no obstante, no bebí alcohol. Me siento ligero y con esa sensación de que alguien me quitó algo durante la noche anterior, sin que yo me diera mucha cuenta y sin mi permiso. No sé si lo extrañaré, pero me aligeró la carga de mi camino.

Comentarios

Florecita Rockera ha dicho que…
Ves? Por esto te extrañé mucho el lunes de pachequéz :-)

Entradas populares