Belle isle

Desde que llegué aquí me ha decantado la idea de vivir cerca del río. Tener la oportunidad de asomarse todos los días a ver el agua correr río abajo me gusta mucho. Últimamente nos ha dado por salir a sentarnos en una banca que da al río y  nos sentamos a platicar y a escuchar el sonido del agua contra las rocas de la orilla, lo cual ha demostrado ser bastante saludable para los dos.

Como a niño pequeño, me llaman mucho la atención los barcos. Intento acordarme qué tipo de barco son y cuáles son las mercancías que podrían llevar. La cosa mejora cuando viene uno en dirección contraria y ambos suenan sus sirenas para saludarse. 

Del otro lado del río está Belle Isle, el parque más grande de Detroit. Gracias a este parque, el escenario del otro lado del río es de árboles y no de edificios. Verde durante el verano, rojo desteñido durante el otoño y ramas huesudas durante el invierno. Sabíamos que ahí hay una playa, una marina, un carrillón que solía contarme las horas cuando vivíamos en el departamento y una fuente blanca muy grande. De vez en cuando se organizan regatas de veleros alrededor de la isla y uno ve una fila de figuras geométricas blancas meciéndose contra el río. 

La isla siempre ha estado ahí, pero después de más de cuatro años nunca habíamos puesto un pie en ella. Hoy, aprovechando el buen clima, trepamos las bicis en el carro y cruzamos la frontera para irnos a pasear a este lugar. 

El día no empezó temprano. De hecho, nos levantamos un poco tarde, nos tomamos el tiempo para desayunar y bañarnos. Al salir de la casa decidimos que no cruzaríamos frutas o sandwiches para evitar contratiempos en la frontera. Así que pasamos al Eastern Market para empezar el paseo y de paso comprar un snack para cuando nos diera hambre en el parque. La parada en el mercado fue más larga de lo esperado. Los puestos no solo son de frutas y verduras, en la tercera nave hay espacio dedicado a los pequeños emprendedores de la zona. Desde miel, panes, café, quesos, empanadas, tacos, camisetas, suéteres y las artesanías locales te gritan para captar la atención de tus ojos. Las tiendas de sus alrededores son nidos de tesoros y productos extraños y novedosos. Decidimos llevarnos unas empanadas de queso, tomate y albahaca y una de chocolate como postre. Aunque debimos haberle comprado un rol de canela al señor que estaba vestido de fraile y tenía cara de bonachón. 

Al llegar a la isla ya era pasada la una de la tarde. Bajamos las bicicletas y pedaleamos hasta el lugar que más llama la atención: La inmensa fuente de marmol blanco que te da la bienvenida después de cruzar el puente de acceso. La sola fuente es una plaza completa del tamaño de Viilalongín, en Morelia. La cantidad de piedra blanca es inmensa y el acabado de la fuente tiene un estilo europeo bastante marcado. Este año, depués de una larga temporada de inactividad, pusieron a funcionar esta fuente, por lo que es la atracción de locales y foráneos. En esta primera parada nos dimos cuenta que ya teníamos hambre y nos sentamos para comernos la empanada salada y darnos cuenta que no nos pusieron en la bolsa la empanada dulce (debimos haberle comprado al fraile bonachón). 

A la mitad de la isla está un carrillón, que se ve más grande desde el otro lado del río, y un conservatorio de plantas exóticas que está bastante decente. El trayecto entero fue una sucesión de parajes bastante agradables que te sacan de contexto de la ciudad y de la zona aledaña, que está bastante deteriorada. Al final del paseo, y faltando hora y media para una cita para comer con unos amigos, decidimos tirarnos en el césped para tomar el sol y disfrutar el verano que poco a poco se despide otra vez. 

Mi mujercita tiene razón: Antes de salirnos muy lejos, tenemos que conocer bien el lugar en el que vivimos. 




Comentarios

Unknown ha dicho que…
Se nota que estuvo bueno el paseo. ¡Se me antojaron las empanadas! Abrazos.
maru b ha dicho que…
Que bella descripción del paseo, hasta parece que los veo tirados en el pasto.

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