Gastritis

Hace dos semanas, después de una fiesta en la casa, desperté con una resaca que me dejó tumbado durante todo el día. No era la primera vez que me pasaba, me dolía el cuerpo y no estaba cómodo ni sentado ni acostado. Tenía que pararme y caminar un rato para encontrar alivio; pero la resaca me obligaba a sentarme. Este síntoma se alargó por varios días hasta que un día me levanté con la firme convicción de ir a un médico. 

Aunque ya había hecho una cita con un gastroenterólogo, ese día me sentí tan mal que no pude esperarme cinco días más para ser atendido. El doctor, con un marcado acento inglés, me recibió y escuchó atentamente mis síntomas, me palpó y me dijo: lo que tienes, es una gastritis aguda. Después me pidió más detalles sobre el momento en el que empezaron los síntomas. Principalmente, dije, es la noche después de las fiestas, sobre todo aquellas en las que tomo más de seis tragos. Existe una cura para eso, ¿sabías? Respondió el médico con cierta ironía. 

La ironía con cinismo se responde, pero ese día me sentía mal y no pude más que asentir y jurar que a partir de ese momento prestaría más atención a mi estilo de vida, comería más sanamente, dejaría de beber, platicaría con los animales y cantaría con el río. Un hombre nuevo había nacido!!!!

Días más tarde, la gastroenteróloga me confirmaría que es una gastritis. Me tomó muestra de sangre y me dio pastillas acompañadas de un régimen en el que quedaban fuera los cítricos, el alcohol y el café. Café. Sí, el café quedaba excluido de mi dieta. 

Esto último me tranquilizó y me alarmó bastante. Para empezar, cabe mencionar que desde que conocí a Jorge, me he vuelto un entusiasta del café y aunque mis patrones de consumo se asemejan a una adicción, jamás podrán compararse con la de mi buen amigo. Tomo café al menos dos veces al día. Mientras más cargado, mejor. La noticia me tranquilizó porque me dio a entender que la reacción que tenía después de tomar café no era producto de una hipersensibilidad a la cafeina, sino a la maldita gastritis. En segundo lugar, me alteró porque no podría tomar mi sagrado elixir negro. 

Las siguientes dos semanas, fueron un gran reto para mi. Para empezar, los cítricos los pude sustituir facilmente por cualquier otra fruta. El verano obliga a que a cada rato haya reuniones y salidas con amigos a lugares con comida extremadamente especiada y con montones de cerveza. Es posible vivir sin cerveza, pero la relación verano-cerveza es tan fuerte, que el nectar de granos fermentados se encuentra en su floración. El peor de ellos fue el día en el RockBottom para despedir a la mamá de Waldo. No obstante la tentación, me fue posible vivir sin cerveza. 

La peor de mis torturas es el café, inútil volver a explicar el porqué. 

A pesar de todo lo malo, lo bueno se asoma. Mi obeso cuerpo bajó 4 kilos en dos semanas por el simple hecho de hacer un par de modificaciones en mi dieta. Lo que me pone muy contento. Ahora le hago caso a la nutrióloga de la casa y procuro comer un poquito mejor cada día.

Todavía me faltan 20 días para volver a ir al médico para una segunda valoración. Veremos en qué termina este asunto. 

P.D.: Esta es la entrada número 100. En 6 años, es poco escribir, pero lo hago cuando puedo. 

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