Vecindario

La segunda mitad del año pasado nos llenó de muchas experiencias de vivir en una casa y todas sus labores de mantenimiento. Regar el jardín, cortar el pasto, recoger las hojas caídas durante el otoño (cosa que hicimos una vez porque creemos que ayudarán a la fertilidad de la tierra durante la próxima primavera), hasta la temible labor de palear nieve en invierno.

Empezamos a conocer a los vecinos desde el día en que nos mudamos. Algunos nos los presentó nuestro casero y otros tantos se acercaban al vernos en la calle para presentarse. Quedamos encantados con esas muestras de espontaneidad y por ser tan contrastante con la frialdad de los habitantes del edificio en el que vivíamos anteriormente.

Durante el tiempo que tenemos viviendo aquí los vecinos han sido bastante agradables y respetuosos de la vida que llevamos. Guardan una distancia razonable y de vez en cuando se detienen a charlar en la calle o te invitan a su pórtico a sentarte un momento mientras platicas. Más o menos la mitad de ellos son jubilados y la otra mitad salen solo los fines de semana a hacer una carne asada, tomarse un trago y quienes tienen mascotas salen todos los días a pasear. Así los conocimos durante el verano y el otoño.

Cuando el invierno llegó, también nos estrenamos en el arte de palear nieve. Cabe mencionar que uno puede tener tan asqueroso su estacionamiento como quiera, pero la acera la tienes que barrer para que pase la gente caminando para no recibir por correo una multa y debes tener un acceso limpio a tu casa por si quieres que el cartero te deje el correo y la multa por no barrer la banqueta. Lo cual puede ser tan odioso o divertido como uno lo quiera ver.

Un domingo a mediados de diciembre cayeron 15 centímetros poco a poco durante todo el día. La nieve caía como en hojuelas realmente finitas que no daban la impresión de ser un problema, pero no dejó de caer en todo el día. Por ser domingo, el día anterior habíamos salido y nos levantamos tarde y tardamos una buena cantidad de tiempo en despabilarnos y desayunar. Para alegrarnos la mañana prendimos la tele y vimos un par de programas "en lo que se junta una buena cantidad de nieve para que valga la pena salir a palear". Entretanto el vecino del lado derecho salió a palear su cochera y su banqueta. Ya encarrerado, de buena fe barrió nuestro lado de la calle. "¡Genial! ¡ahora no tengo por qué salir hasta medio día! ¡Me encanta el vecino buena onda!" Pensé.

A medio día, como dos horas después de la primera barrida de nieve, salí a barrer la ya considerable cantidad de nieve que estaba en el estacionamiento y en la banqueta. Solo para darme cuenta al terminar que la nieve que caía había cubierto toda el area que ya había limpiado. "Es inútil hacer esto", le dije en voz alta al vecino del lado izquierdo de la casa que también efectuaba la misma labor. Para mi sorpresa, un par de horas más tarde, el segundo vecino limpiaba también mi acera, supongo que para hacer el trabajo más sencillo. Cuando Lola me hizo darme cuenta de que alguien estaba barriendo nuestra calle, me levanté de un salto diciendo "¡Amo a mis vecinos!" Ahora, cada vez que puedo, barro la acera de los dos vecinos. Y de vez en cuando nos levantamos para darnos cuenta que uno de ellos ya hizo esa labor por nosotros.

Esta semana nos cayó una tormenta de nieve sin precedentes, de acuerdo a la prensa. En un par de días cayeron de 30 a 40 centímetros de nieve. Para ponerlo en perspectiva, con 10 centímetros de nieve es suficiente para que un carro normal se quede atorado. Así que todos salimos a la calle de manera regular para poder mantener la acera limpia y sobre todo, poder salir al día siguiente a trabajar. La última ronda la hizo Lola como a las 8 de la noche, mientras yo me puse a tocar la guitarra y perderme un rato en mi estudio. Aunque no pasó mucho tiempo para que Lola regresara para decirme "una vecina está atorada en su carro en medio de la calle y no se puede mover, vente para ayudar a empujarla".

Como resorte salí para ayudar a que los vecinos de enfrente metieran sus dos carros, que no podían entrar a sus casas por culpa de la nieve. A final de cuentas salió otro vecino y entre todos hicimos que los carros entraran debidamente a la cochera, cosa que nos tomó como 40 minutos. A final de cuentas, regresé muy contento porque habíamos ayudado a un par de personas que, de otra manera, no hubieran podido salir de su apuro, o les hubiera costado mucho trabajo.

Pero la vida es redonda, y el karma se manifiesta rápido en ocasiones. Esta mañana mi carro no pudo salir de la cochera y otros vecinos nos ayudaron para empujar el carro y darle impulso para que pudiera salir a trabajar. A pesar del frío y tener que hacer cosas por si mismo, la gente de aquí se ayuda mutuamente y eso hace que uno no se sienta solo. Hasta hoy puedo decir que amo a mis vecinos.

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