Visitas

Cuando te vas a vivir a otro lado, muchos se despiden de tí con un gran abrazo y te dicen, te vamos ir a visitar. Aunque en realidad no pasan de ser muy buenos deseos, en muchas ocasiones bastante sinceras. Lo cierto es que el tiempo, la distancia y los recursos que se necesitan para llegar del punto A al B, donde me encuentro yo, terminan por complicar las visitas.

En realidad no culpo a nadie, los boletos no son baratos, hay que buscarse un tiempo para salirse del esclavizante trabajo de algunos y hay que franquear dos visados que no son fáciles de conseguir. Durante un buen tiempo, las visitas me hubieran salvado la vida y el ánimo. El primer invierno, llegó Bertrand, casi por accidente y terminó siendo un excelente amigo y roomie. Después llegaron uno que otro CS, Andrés, por un golpe de destino y familia, en tres o cuatro veces. Pero de todos esos amigos con los que me encantaba pasar las noches platicando, cantando y resolviendo el mundo con tratados de medianoche, no llegó ninguno. La última amenaza que tuve fue hace casi dos años, cuando a Chano no le dieron la visa y tuvo que cambiar sus planes para irse mejor a otro lado.

Esta semana, por un par de días, vinieron a visitarme los primeros miembros de esa camada de amigos de mi rancho. Violeta y Simón llevaban tiempo platicándome de sus vacaciones en Montréal en enero y me invitaron a darme una vuelta por allá. Para mi, la situación no caía bien por las mismas excusas que ya dije anteriormente. Aún así, un buen día me hicieron preguntas logísticas de cómo llegar a mi casa, fechas y después de un par de días me confirmaron que tomarían el mentado tren de 10 horas desde Montreal hasta acá para venir a visitarnos.

Mientras más se acercaba la fecha, más me llamaba la atención el gesto de simplemente llegar a visitarnos. Ellos estaban bastante lejos disfrutando de sus vacaciones y el desvío de ruta es bastante. Lo que me puso a pensar en las ocasiones en que uno no va a visitar a alguien en Monterrey o en Querétaro con la excusa de decir, está bastante lejos.  Acordarme de que en otras ocasiones recibí mensajes de amigos y conocidos para avisarme sus planes de ir a Toronto o Chicago y me invitaban a encontrarlos allá, en su horario y en su tiempo, para incluirme en sus planes de vacaciones. A final de cuentas, todos ellos no venían a visitarme y no quedaba más allá de una cara conocida con quién tomarse un café o comer una noche, para después seguir con su aventura. Esta vez, Violeta y Simón venían a vernos, a estar con nosotros. Cosa que me llenó de gusto y me ponía más y más contento conforme se acercaba el momento de recogerlos en la estación de tren.

La espera valió la pena, y da gusto saber que a pesar del tiempo y la distancia podemos seguir sentados platicando un buen rato sobre cualquier tontería, mucho más allá de intentar hacer un recuento de los últimos 4 años en dos horas. Las sobremesas eran de nuevo largas, el agua se convertía en cerveza y la cerveza en vino conforme pasaba la noche mientras recordabamos hazañas conjuntas con Violeta. Ver a Simón ponerse a tocar la guitarra de manera casual y de sentarnos entre todos a cantar como siempre lo hicimos me hizo sentir de nuevo en familia.

Aunque hacía bastante frío y el tiempo era corto, nos movimos a un par de lugares que Violeta me había pedido que visitaramos, incluido el barrio mexicano para devorarnos unos tacos y empujarlos con agua de sabor. No es el mercado de San Juan, pero tiene su encanto.

Los amigos se parecen mucho a tí. Conforme vas cambiando, se van haciendo más o menos extraños a tí. Y saber que sigues siendo esencialmente la misma persona es un verdadero alivio.

Comentarios

Violeta ha dicho que…
Todo un placer Oscarito
Espero que nos visiten también

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