El año de Rulfo

Después de mucho oír hablar de Pedro Páramo y de hartarme de pensar que debería leerlo, comencé a leer esta obra de Juan Rulfo en enero de 2012. Siempre tomaba el libro un rato antes de dormirme, dejando que la narrativa del "realismo mágico" de Rulfo me encaminara los sueños. Después de unos cuantos días me dí cuenta que esa era una mala idea. Siempre soñaba con fantasmas, muertos y sobre la experiencia del momento de la muerte.

Para acabarla de azotar, por motivos de trabajo me topé con dos personas que a la mitad del invierno, perdieron la razón. Entre sollozos, el primero me dijo que su incoherencia tomaba sentido al recibir la noticia de que su esposa había muerto. Poco después descubrimos que era una mentira y producto de su delirio. Al segundo lo encontré amarrado a una cama de hospital, con los ojos perdidos y susurrando diálogos aleatorios. Si uno se acercaba lo suficiente, los diálogos tenían bastante sentido, como si reviviera recuerdos. De vez en cuando, sus ojos me miraban y yo me incluía en sus recuerdos. El gordito al que invitaba a tomarse una cerveza, su compadre al que le explicaba cómo abrir un no se qué, dándole vueltas a la palanquita o la mujer contra la cual se enojaba y hacía ademán de golpear.

Como piezas de un rompecabezas, vistas solas no tienen ningún sentido, pero si se les junta, forman parte de un conjunto. Las historias que leía, soñaba y vivía parecían complementarse. En ese entonces vivía solo y me empezó a perturbar el tono que llevaba toda esta narrativa. A pesar de ello, Pedro Páramo me resultó excelente y decidí terminarlo durante la tarde de un domingo. Para aliviar la inquietud antes de conciliar el sueño me ocupaba hasta tarde en la noche con Sebastián o Waldo...

Antes de seguir tengo que aclarar que cuando era niño mis papás me contaron la leyenda que a Joaquín Pardavé lo habían enterrado vivo y que no se enteraron hasta que por algún motivo tuvieron que abrir su ataúd y lo encontraron en una posición un tanto extraña con todo el interior arañado. Extrapolando esa historia con la canción de "México lindo y querido", no existía diferencia entre un muerto y un dormido. Durante meses me dio pavor dormirme por miedo a que me creyeran muerto en lugar de dormido y yo en mi cómodo sueño despertaría en un ataúd a tres metros bajo tierra.

Nada mejor que este coctél de emociones para revivir los miedos de la infancia. Como en ese entonces vivía solo, tenía el consuelo de que seguro despertaría antes de que alguien me encontrara. Pero como ya dije, me destrampaba por las noches con los amigos, para llegar a la cama exhausto para dormirme.

El año me depararía un par de sorpresas más, en abril se suicidaba un amigo, en septiembre tuve que ir a la morgue una vez, ver como se apagaba lentamente la vida de otra persona rodeada de tubos y fui confesor de un enfermo terminal de cáncer. "Yo que más quisiera joven, tengo muchas fuerzas y ganas de seguir, no me quisiera morir todavía". Un par de semanas después nos enteramos por su familia que finalmente había fallecido el señor, después de echarse su pozole en el pueblo.

En ese entonces, me di cuenta que todo había empezado con Juan Preciado diciendo: Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pédro Páramo. Muchas cosas buenas, malas y regulares pasaron ese año, pero por estas razones, 2012 fue para mí el año de Juan Rulfo.

Estimado peatón, este es mi blog y para esto sirve. Para soportar mis debrayes.

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